
Cuando la comida sana se convierte en una obsesión: la ortorexia nerviosa
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¿Qué es la ortorexia?
El término ortorexia (de orthos , derecho y orexis, apetito) fue acuñado en 1997 por Steven Bratman, un médico estadounidense que inicialmente lo utilizó para indicar una obsesión por las dietas; Con el tiempo, este término se ha utilizado cada vez más para indicar un trastorno real, incluso si aún no se ha codificado oficialmente a nivel internacional.
Aunque, hasta la fecha, todavía no existe una definición universalmente aceptada, de acuerdo con Brytek-Matera (2012) podemos definir la ortorexia nerviosa como una forma de atención excesiva a la elección de alimentos saludables, así como a las normas dietéticas, con el fin de mantener el cuerpo de uno puro y no sentirse contaminado por lo que uno comió. Restricción alimentaria basada, por tanto, en la calidad y salubridad de los alimentos que tiene su origen en el malestar psíquico y que puede conducir a un importante deterioro de la salud, cambios drásticos en el estilo de vida, insatisfacción emocional y aislamiento social.
¿Cuándo se vuelve patológica la atención a la alimentación saludable?
Según Bratman (2012) seguir una dieta saludable no significa ser ortoréxico; solo cuando la comida se usa como un medio para controlar la ansiedad, uno corre el riesgo de participar en comportamientos que son peligrosos para la salud. Se trata de un auténtico fanatismo alimentario que induce al ortoréxico a sentirse superior a los demás y a despreciar a quienes no comparten sus normas alimentarias: normas tan estrictas que pueden llegar a enfermar porque el miedo a comer alimentos impuros le lleva a eliminar cada vez más nutrientes hasta que se presentan casos reales de desnutrición.
A pesar de la gran cantidad de estudios, aún no está claro si la ortorexia debe considerarse a la par de un trastorno alimentario (Mac Evilly, 2001), si expresa una rigidez típica de los trastornos obsesivos (Arusoĝlu et al., 2008) o si se considera un trastorno por derecho propio (Dunn & Bratman, 2016).
Aunque, hasta la fecha, todavía no existen criterios diagnósticos válidos, la comunidad científica ha identificado algunas características de la ortorexia, que incluyen: pensamientos recurrentes (por ejemplo, más de tres horas al día) en cuanto a la elección de alimentos, que deben ser ‘puros’ y una fuente de salud más que de placer; estricta planificación de las comidas; un conocimiento minucioso e hipercrítico de cada ingrediente; una minuciosa selección de ingredientes y métodos de cocción a favor de aquellos considerados libres de riesgos para la salud; una serie de consecuencias emocionales que van desde la satisfacción hasta la culpa, la ansiedad o la ira si no se respetan adecuadamente las normas alimentarias autoimpuestas (Brytek-Matera, 2012). Estas reglas se basan principalmente en teorías personales, conocimiento superficial y rumores:
Pueden prevenir o curar enfermedades mientras que otras se eliminan por considerarlas peligrosas para la salud.
¿Por qué el psicólogo?
Los ortoréxicos tienden a enorgullecerse de su dieta y no perciben que tienen un problema. Sin embargo, la atención obsesiva a la calidad de los alimentos puede llevar a la persona a vivir con ansiedad la elección de los alimentos a ingerir y a experimentar emociones negativas y perturbadoras si no se siguen al pie de la letra las normas estrictas: emociones que generan un importante sufrimiento subjetivo del que a menudo sigue una reducción importante en la ingesta dietética con los consiguientes riesgos graves para la salud y la vida. Varios estudios (Zamora et al. 2005; Park et al. 2011; Moroze et al., 2015) reportan casos de personas hospitalizadas tras una drástica pérdida de peso debido a dietas cuyo denominador común era una atención obsesiva por la calidad y la pureza de los alimentos. alimentos consumidos.
El aspecto central de la perturbación parece ser, por tanto, la experiencia que el ortoréxico tiene de su propio cuerpo; cuerpo sobre el que acaban convergiendo una totalidad de significados que filtran la relación consigo mismo y con el mundo. Sentir un cuerpo contaminado transmite un malestar del que el sujeto no siempre es plenamente consciente y el encuentro con el otro está mediado por la adhesión o no al propio sistema de valores. El psicólogo puede ser una ayuda válida para comprender modos de ser que pueden conducir a tales alteraciones afectivo-conductuales y hacerlas inteligibles a la luz de la historia de vida de la persona.