La teoría del vacío interior y nuestra agitación invisible

La teoría del vacío interior y nuestra agitación invisible

Cuando era adolescente, experimenté mucho el rechazo y el abandono. Hubo momentos en la escuela en los que no encontraba mi lugar, ninguna materia me parecía lo suficientemente interesante como para estudiar con gusto, no encontré ningún maestro mentor que me abriera la mente a más conocimientos, fui solo porque no tengo de elección y  tuve  que ir a la escuela. Tenía algunos grupos sociales que apreciaba y de los que quería ser parte, pero no importaba cuánto lo intentara, no me sentía aceptado. El chico del que me había enamorado tampoco mostró interés en mí. 

Para mis padres, pasar ese período conmigo, con toda la avalancha de crisis existenciales, fue un desafío. Les preguntaba «¿Por qué?», ​​»¿Qué tienen otros niños que son aceptados que yo no tengo?», y su respuesta siempre era la misma: «¡A ti no te pasa nada!». Yo era una niña deseada y esperada, era todo lo que podía ser lo mejor y lo más hermoso para mis padres, y los que me rodeaban solo veían las pequeñas imperfecciones corporales que etiquetaban y consideraban que estropeaban la imagen del grupo. Los estados de ansiedad, tristeza, ira, frustración, desesperanza, tal vez incluso depresión, que sentí luego dejaron su huella en mi desarrollo. 

Teoría del vacío interior 

Si bien pasaron los años y fui evolucionando, durante un largo período de mi vida experimenté un vacío interior que traté de llenar, para poder involucrarme en proyectos personales y profesionales. Durante años traje personas a mi vida, contextos de vida que  me llenaban  y me hacían sentir viva, apreciada, respetada, valorada y no le daba demasiada importancia a los fracasos ni al dolor y al sufrimiento. Siempre decía «está bien, esto también pasará» mientras construía mi estrategia para seguir adelante y superar lo que era difícil y doloroso. 

En 2019 participamos de  la Escuela de Verano de la  AMPP, y en uno de los talleres grupales,  Gáspár György  nos habló sobre la Teoría del Vacío de AH Almaas; una perspectiva que me retrotraía en el tiempo, a una parte de mí que había escondido y que creía haber enmascarado muy bien para no volver a encontrarla nunca más. Entonces aprendería que el vacío interior se origina en la primera infancia, que aparece como resultado de experiencias traumáticas y conflictos con el entorno. 

Nacemos completos con todo lo que necesitamos, pero nuestros cuidadores, por imperfectos que sean, nos moldean y nos dicen, sin malas intenciones, lo que tenemos y lo que no tenemos para ocultar lo que somos. Hay varios componentes que forman parte de la esencia con la que nacemos: la capacidad de ser auténtico, creativo y curioso, la capacidad de hacer las paces con uno mismo, etc. Para sentirnos completos, valorados, aceptados y apreciados, en las partes que nos faltan (en los vacíos) metemos algo que no nos pertenece. Aquí podemos pensar en dinero, personas − hijos, pareja, amigos − vacaciones, casas, más tiempo destinado a la vida profesional (en detrimento de la vida personal y viceversa), etc. Hay un límite para estas cosas abarrotadas, y en algún momento pueden no ser suficientes. Por mucho que pongamos y queramos meter en ese espacio psicológico, 

¿Cómo recuperamos nuestras partes perdidas? 

Tenemos la capacidad de recuperar nuestras partes perdidas, o mejor aún, de llenar estos vacíos internos, pero esto significa algo de esfuerzo y quizás mucho sufrimiento. Cuando las emociones surgen en estos vacíos internos, nos indican que allí hay dolor. El proceso implica mucha incertidumbre e incertidumbre. Las crisis nos llevan donde necesitamos crecimiento y sanación. Toda situación de crisis es un contexto de sanación y crecimiento, si nos permitimos atravesar este proceso. En la edad adulta evitamos o exageramos comportamientos que no fueron aceptados en nosotros en la infancia, compensando así en exceso las dimensiones perdidas de nuestro yo. 

Volviendo a mi historia, el Universo hizo que llegué a un contexto donde me permito sentir las carencias y vacíos en mi interior, tomar conciencia de ellos y cambiar la forma en que me relaciono con ellos. He llegado a comprender que llenar inmediatamente un vacío interior no es garantía de que el vacío no vuelva a aparecer, y que las formas que elegimos para llenar un vacío eventualmente se agotan y no tenemos más remedio que enfrentarlo. 

Adquirí mi autonomía emocional paso a paso, exponiéndome a los estados que me causaban malestar, siendo consciente de las necesidades que había que cubrir. 

Y a ti, lector, en conclusión te reto a un ejercicio que te puede ayudar a darte cuenta de qué te estás perdiendo exactamente, cuál es tu vacío interior, cuál estás tratando de llenar y si hay un comportamiento que puedes- Lo haces de ahora en adelante para que te sientas completo: «El vacío que llenaré de ahora en adelante es la habilidad…». 

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